Época: Primera mitad II Mil
Inicio: Año 2000 A. C.
Fin: Año 1990 D.C.

Antecedente:
Reino Medio Egipto



Comentario

Las tendencias descentralizadoras del sistema tributario palacial habían ocasionado la caída del Antiguo Reino. Tras una etapa de confusión y caos, las ambiciones de los distintos gobernadores provinciales generan un nuevo proceso de lucha por la hegemonía que terminará cuajando en torno al nomarca de Tebas. Precisamente, la obra de Montuhotep II será la restauración del sistema central que durante algo más de un siglo había quedado alterado. Y aunque la realidad resultante era diferente al pasado, no podía ser considerada más que como el retorno de Maat. Pero la restauración tiene también un costo histórico: arrebata a Egipto la posibilidad de experimentar un recorrido diferente, caracterizado por la ausencia de un poder central, que hubiera permitido la consolidación de reinos independientes. La unidad, que no tiene necesariamente connotaciones éticas positivas, no era inexorable, pero se impuso.
Una tendencia cercenada fue la expresión del arte provincial, considerado por algunos como una desviación de los cánones del arte del Antiguo Reino, que iba introduciendo una cierta independencia expresiva -motivada quizá por la falta de habilidad- y que desaparece cuando la restauración política opta por la recuperación de los cánones reales.

Sin duda, el pensamiento colectivo también se había visto alterado por la reciente experiencia histórica. No podemos tomar el pulso de la mentalidad de los iletrados. Algunos textos, en cambio, transmiten la forma en que el grupo dominante observa el tránsito hacia el nuevo orden de cosas. No tenemos garantía de que los textos que se mencionan como referentes de este período hayan sido compuestos inspirándose justamente en aquellos acontecimientos, pero resultan apropiados para la imagen que nosotros mismos queremos obtener de la época, y eso podría suficiente, pues la historia se conforma de manera subjetiva según quien la analiza.

En este sentido resulta sugestiva la interpretación que sobre el Periodo Intermedio proporciona un conjunto de textos literarios que probablemente nada tienen que ver entre sí, pero en conexión podrían darnos ciertas claves sobre la forma en que los egipcios letrados percibieron aquellos momentos. Ni siquiera estamos seguros de que todos ellos hagan alusión al Primer Periodo Intermedio, pero buena parte de la critica así los acepta. Quienes leyeran aquellos textos, desde el Reino Medio, podían tener la impresión de que a pesar del caos, había regresado el orden; los tiempos lo demostraban, la literatura lo narraba. El primero de los textos hace referencia a la insurrección social, a la subversión de los órdenes; Ipuer lo dice gráficamente: el país gira como el torno de un alfarero... Su negativa percepción ya ha sido señalada. "Las lamentaciones del sabio Ipuer" se limitan a constatar el efecto del conflicto social. El caos conduce a la desesperación al buen egipcio y puesto que el desorden reina no hay esperanza. Ese es el contenido de la segunda composición, "El diálogo del desesperado con su ba". Se entiende por ba el alma; en realidad es el diálogo de un desesperado consigo mismo, en el que el alter ego está representado por la fuerza interior que dicta la conducta concorde con lo bueno y lo justo, es decir, con maat. Pero el propio ba es una conquista popular arrebatada al grupo aristocrático, único poseedor de ella durante el Reino Antiguo; por ello, este diálogo sólo es posible gracias al conflicto, que paradójicamente conduce al suicidio. Ba se niega a aceptar los argumentos del desesperado que, en un monólogo bellísimo, entre otras cosas afirma: "la muerte es hoy para mí como el deseo de un hombre por volver a ver su casa tras largos anos de cautiverio". Pero es obvio que la propuesta suicida no puede ser compartida por todos los hombres de bien. Entonces se propone otra conducta no menos extrema, la hedonista de "La canción del arpista": "los dioses que existieron antes y reposaban en sus pirámides, los nobles y claros varones que también fueron sepultados en sus pirámides y se construyeron templos, sus sepulcros ya no existen ¿Qué se ha hecho de ellos?... Nadie vuelve del otro mundo a decirnos qué hay por allí, a decirnos como les va, a poner fin a nuestras dudas, hasta que nosotros lleguemos también a donde ellos se han marchado ¡Sigue tus deseos mientras vivas! ¡Ponte mirra en la cabeza! ¡Viste telas preciosas! ¡Úngete con las verdaderas delicias de las ofrendas divinas!... ¡Resuelve tus asuntos en la tierra y no te martirices con preguntas!... ¡Sé feliz y no te canses de ello! ¡Mira, nadie se llevó sus bienes consigo! ¡Mira, no ha vuelto nadie de los que se fueron!" Si el suicidio no era solución, tampoco podía serlo el brutal hedonismo al alcance de unos pocos. Ninguna de las dos alternativas era culturalmente aceptable. Es entonces cuando surge la respuesta adecuada a los problemas, un análisis realista de la situación y unas propuestas de actuación firmes y moderadas como corresponden a un buen gobernante. Son las "Instrucciones a Merikaré", un compendio de desconfianza hacia todos los subordinados, de atención directa a todos los asuntos y de sumisa aceptación del juicio de Osiris: "el hombre permanece solo después de la muerte y sus hechos son amontonados a su lado. Pero la eternidad acredita que se está allí y loco es quien se oponga a ello". Aquí no caben ni la desesperación ni la huera alegría. Es el punto correcto, desde la perspectiva del poder central, para emprender la restauración no sólo política, sino también en la mentalidad colectiva.

Las transformaciones afectaron igualmente al ámbito religioso. El auge provincial trajo consigo la recuperación y exaltación de divinidades locales que habían quedado oscurecidas en el primitivo proceso de integración que desemboca en el Antiguo Reino. De entre esos dioses cabría destacar, lógicamente, al de Tebas, Montu, que había tenido un papel insignificante a lo largo del III Milenio. Por otra parte, Osiris, que había participado en los ciclos centrales de las cosmogonías, adquiere una popularidad insospechada en la época anterior, quizá por una modificación en las consideraciones éticas, según las cuales, no sólo ya el monarca, sino todos los mortales serían sopesados en la balanza de Osiris. Por medio de este dios, la divina eternidad era accesible para todos los egipcios y no ya sólo para un reducido número de privilegiados. Estas innovadoras tendencias tienen una función integradora de primera magnitud, pues rompen con el hieratismo del Antiguo Reino e implican a todos los individuos en un orden religioso común que es fuente de equilibrio para el estado. Abidos, lugar central en el culto del dios, se convierte en un lugar de peregrinaje popular y referente ideológico para el control político.

Al mismo tiempo se produce otro fenómeno de gran alcance, como es la aplicación de los "Textos de las Pirámides" al ritual funerario de los nobles, llamados ahora "Textos de los Sarcófagos"; se ha dicho, con evidente laxitud que se trata de una democratización de la religión funeraria. Si tenemos en cuenta que los antiguos textos reservados a los faraones aparecen ahora en el interior de los sarcófagos de los nobles, no en la totalidad de las tumbas, habremos de convenir que el término democratización es un exceso; hubiera sido mejor hablar de un empleo oligárquico del antiguo ritual funerario del monarca. En efecto, esa dimensión parece más ajustada, pues responde a la realidad de una época en la que los nomarcas han usurpado las funciones reales en cada localidad e igualmente se han apropiado de la supraestructura que justificaba su poder. Era la tendencia lógica en el proceso de descentralización que podría haber culminado con el triunfo de las monarquías locales.

Sin embargo, la constitución de dos bloques, uno en torno a Tebas y otro aglutinado por Heracleópolis, había devuelto la situación a unas condiciones parecidas a las que se dieron cuando se implantó la monarquía tinita. Ahora el agente de la unidad será Montuhotep, que había accedido al poder en Tebas a la muerte de Antef III hacia 2030. Durante tres décadas desarrolla una política hegemónica en la que Heracleópolis prácticamente no interviene. La unificación definitiva tiene lugar en 2000, cuando adopta el nombre de Horus Semataui (El que ha unido las Dos Tierras). Y desde la capital, Tebas, emprende una intensa actividad de construcción, que sorprende por la mala situación en que habían de hallarse las tesorerías. Paralelamente restaura la administración territorial designando para los puestos de mayor confianza a funcionarios tebanos y actúa con firmeza para proteger las fronteras y garantizar las relaciones comerciales.

Nubia va a ser escenario de múltiples expediciones que tienen como objetivo doblegar el reino allí establecido y facilitar el acceso a los productos tradicionalmente importados desde aquellas regiones, esencialmente oro. No se trataba pues de un deseo de ocupación, sino más bien de subordinación; esa es probablemente la razón por la que el reino nubio no desaparece. Por otra parte, la corona busca la sumisión de los nómadas del desierto libio y del Sinaí, en este caso además podía obtener pingües beneficios por la importación de cobre y turquesas. En el comercio de largo alcance hay documentación de sus relaciones con el Líbano. De este modo Montuhotep había restaurado el esplendor egipcio de la VI dinastía y para expresar con mayor contundencia el alcance del nuevo orden inaugura una necrópolis real en Tebas. En el circo natural de Deir el-Bahari hizo erigir su monumento funerario, prácticamente destruido cuando se construye a su lado -y no por casualidad- el de la reina Hatshepsut. Se afirma, desde la reconstrucción de su excavador, que estaba rematado por una pirámide, pero no hay certeza al respecto, por lo que no sabemos exactamente cuál sería su referente arquitectónico. Desde el punto de vista funcional es diferente a los templos funerarios del Reino Antiguo porque no está destinado en exclusividad al faraón, sino que tiene como misión dar cabida a toda la corte. Si la interpretación fuera correcta nos proporcionaría una dimensión extraordinaria sobre el programa político del monarca y sus deseos de integración en el ámbito ideológico de todo el grupo dominante.

Montuhotep II muere, tras un extenso reinado, hacia 1990, dejando como herencia un país próspero y organizado.